lunes, 18 de agosto de 2008

| Acerca del polvo y de la sombra |





Esperamos alguna recompensa por nuestros actos y somos desepcionados; ni el éxito, ni la felicidad, ni siquiera lapaz de conciencia corona nuestros ineficaces esfuerzos por hacer el bien. Nuestras debilidades son invencibles; nuestras virtudes estériles, la batalla se vuelve dolorosamente contra nosotros hasta que se pone el sol. El hipócrita moralista nos cuenta acerca del biel y el mal; y nosotros miramos en otros lados, aun en la superficie de nuestro pequeño planeta, y vemos que estos cambian con cada clima, y no hay una accion que no sea realzada en un país como una virtud mientras en otro se la estigmatiza como vicio; y buscamos en nuestra experiencia, y no encontramos coherencia vital en las normas más sabias, sino como mucho una conveniencia doméstica.

No es extraño que estemos tentados de despertar el bien. Pedimos demasiado. Nuestras religiones y sistemas morales han sido adornados para adularnos, de momento que son todos afeminados y sentimentalistas, y sólo agradan y debilitan. La verdad es de un trazado más rústico. En el rostro áspero de la vida, la fe puede leer un evangelio fortificante. La raza humana es una cosa más antigua que los diez mandamientos; y los huesos y las revoluciones del Cosmos, en cuyas articulaciones no somos sino moho y hongos, más antiguos todavia.




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