lunes, 29 de diciembre de 2008

Martes, 1 de agosto de 1944
“La pequeña maraña de contradicciones” fueron las últimas palabras de mi última carta y serán las primeras de esta.
¿Puedes decirme que significa “contradicción”?
Como tantas expresiones tiene dos sentidos: “contradicción exterior” y “contradicción interior”.
El primer sentido es el ordinario: no ceder ante los demás, saber mas que todos, tener siempre la última palabra, es decir, todas las malas cualidades por las que soy conocida.
En cuanto al segundo significado, nadie mas que yo la conoce. Ese es mi secreto.
Ya te he dicho antes que tengo una doble personalidad. Una se expresa en desbordante alegría, buen humor y la capacidad de no dar demasiada importancia a las cosas, incluyendo el no sentirme ofendida por flirteo, un abrazo, un beso o un chiste fuera de lugar.
Esta personalidad está siempre como ocultando a la otra, más profunda, más hermosa y más pura.
Te darás cuenta de que nadie conoce a esa Ana secreta, y por eso me juzgan según la personalidad exterior y me califican de insufrible.
Es cierto que puedo hacer el payaso toda la tarde, haciendo que las personas se diviertan. En el fondo es como una película entretenida, una simple distracción para pasar el rato, que no es mala, pero tampoco buena.
No quisiera decirte esto, pero es la verdad: mi aspecto superficial es más ágil que el profundo, por eso lleva las de ganar.
No te imaginas cuántas veces he tratado de doblegar a esa Ana, de ocultarla, pero no lo logro y te cuento por qué.
Tengo un miedo espantoso de que aquellos que me conocen por mi conducta exterior descubran que hay otra Ana, más bella y mejor. Temo que se burlen, que me juzguen ridícula y sentimental y no me tomen en serio. Es cierto que ahora no me toman en serio. Pero es a la Ana superficial, y no a la profunda, que no resistiría la desconsideración, tan frágil es.
Cuando de veras le permito a la Ana profunda que salga a la superficie, la voz de la Ana superficial toma su lugar, y antes de que me haya dado cuenta, la otra ha desaparecido. Eso sucede inevitablemente cuando no estoy sola.
Pero en soledad siempre soy como me gusta ser. Esto hace que no esté tan segura de tener una naturaleza alegre, aunque los demás me juzguen feliz porque solo ven mi parte de “cabrita libre y juguetona”.
Como nunca expreso mis verdaderos sentimientos acerca de las cosas, se me ha hecho fama de coqueta, pedante y lectora de novelas amorosas.
Ana, la alegre, se ríe de sus opiniones, se encoge de hombros, responde con insolencia, presume que no le importa... pero la verdadera Ana sufre intensamente, es lastimada y, aunque quiera salir, la otra se impone y no hay esfuerzo que la venza, por ahora.
Mi voz interior solloza: “¿Ves lo que has hecho? Tu aire desdeñoso y cruel lastima a la gente, te pone mal con todos, pero no quieres escucharme”.
¡Cuánto me gustaría escucharla!, pero cuando estoy seria y callada, todo el mundo cree que estoy actuando una comedia, y me pinchan y acosan, por lo que le doy paso a la Ana superficial y todo termina con una broma.
Con mi familia la cosa es peor, porque si me ven seria creen que estoy enferma, me atiborran de pastillas contra el dolor de cabeza, contra los nervios, contra la constipación, me miran la garganta y el blanco de los ojos hasta que se convencen de que no tengo nada y entonces me critican por mi mal humor.
Ya no puedo soportarlo, si se ocupan demasiado de mí, me pongo demandante primero, luego triste y termino por dar paso a la Ana dicharachera, ocultando lo mejor de mí.
Pero sigo buscando la manera de ser aquella que quiero ser, aquella que podría ser, si en el mundo no hubiera otra gente.


Este fue el último día del Diario de Ana Frank.

1 comentario:

sophie mr dijo...

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